Hoy toca carta larga. Pero carta fundamental, que os recomiendo guardar para darle una vuelta cada cierto tiempo.
Trata de uno de esos conceptos que, de una manera u otra, siempre trabajo en consulta. Utilizaré el texto que incluí en el libro “La mente es software”, que a su vez se basa en las enseñanzas de María Cruz Estada elaboradas, modificadas y ampliadas a mi manera.
Mi intención es hacer un esquema claro que facilite pensar a partir de él.
Vamos a ello.
Objeto y sujeto son dos posiciones subjetivas
Las posiciones subjetivas se refieren a cómo me sitúo ante los eventos internos (pensamientos, emociones, dolores físicos…) y externos (circunstancias, demandas o necesidades del otro…) de cada momento.
Fundamentalmente, se podría hablar de tres: sujeto, objeto y observador. Y en este apartado hablaremos de las dos primeras (la tercera es la que se desarrollaría en meditación).
Ojo, estar en la posición de objeto es algo secundario porque hace falta elegirlo como sujeto (salvo discapacidades extremas).
Sujeto
Sujeto es quien escucha su propio deseo (qué quiero yo, no la sociedad ni mi entorno, etc.), quien elige, quien se responsabiliza de sus actos y consecuencias.
En contraposición, estoy en posición objeto cuando...
Soy víctima del otro, de mi historia, de las circunstancias. Me siento maltratado, utilizado. Siempre estoy en quejas, aunque sean silenciosas, o reproches.
O vivo para el otro (para que se sienta bien, para sostenerlo, para que goce, para tratar de completarlo). El otro me necesita. Si no llega, si le va mal, es por mi culpa. No puedo hacerle daño. Ir de salvador se incluye aquí.
O vivo para la imagen que quiero dar ante el otro. Es decir, si me muevo por la vida en función de lo que puedan pensar los demás, estoy siendo objeto.
Y me puede preocupar la imagen que el otro tenga de mí por muy diferentes motivos: para que me admiren o para que me acepten o para que me reconozcan o para que me quieran o para gustar o para que no me humillen o para no decepcionar…
Estas tres son las formas más importantes en las que nos situamos como objeto, teniendo en cuenta que «el otro» puede ser una persona (pareja, hijo, jefe, madre, gurú…) o varias (ejemplo, familia), así como entidades, ideales o circunstancias.
Pero la cosa es más compleja porque...
Podemos ser objeto de nuestros personajes internos y de los eventos de nuestra cabeza.
Por ejemplo, diferencio «quiero» vs. «tengo que» de la siguiente manera: estoy en posición sujeto cuando digo «quiero hacer deporte, aunque no tengo ganas»; y en posición objeto si la frase es «tengo que hacer deporte», pues aquí soy objeto de esta voz interna que me ordena.
Puntualizaciones importantes
Estar en posición objeto a veces es inevitable
Como ocurre ante una paliza o ante el diagnóstico de una enfermedad importante.
El peligro es quedarte ahí todo el rato.
Veamos un ejemplo.
Ante un cáncer, me puedo cabrear, victimizar, sobre todo al principio y también durante todo el proceso. Pero si solo estoy ahí (es decir, siendo una víctima de las circunstancias), quedo maniatado y amargado, añadiendo más sufrimiento al que de entrada ya tengo.
En cambio, si salto a la posición sujeto, diré: «Esto es lo que hay, una putada de enfermedad más toda la maraña de emociones y pensamientos que está produciendo... ¿Qué es lo que yo decido hacer?».
La respuesta no ha de ser lo socialmente adecuado o lo que se supone que está bien; sino lo que yo decida.
Puedo tanto dejar el tabaco y cuidar mi alimentación, como hacer igual que la protagonista de la película Mi vida sin mí de Isabel Coixet (2003).
Puedo decidir, desde la posición sujeto, que hoy no hago eso que me da tanto miedo
Pero soy sujeto porque tomo mi responsabilidad sobre ello y no soy una víctima o una esclava de ese miedo.
Es decir, siendo sujeto no me fuerzo más allá de mis posibilidades actuales (lo que sería maltratarme a mí misma).
Por todo ello, no es tanto lo que decido, sino desde dónde lo hago y cómo me sitúo ante lo decidido.
¿Ser sujeto es ser egoísta?
Os puede surgir esa pregunta. Y os respondo que ser sujeto es ver a los otros también como sujetos.
Por ejemplo, en la pareja, si vamos una vez a la semana a cenar fuera, acordamos que una vez eliges tú y otra yo. Si tú eres un objeto para mí, impondré mis preferencias. Si yo me sitúo en posición de objeto para que estés contento, iré siempre a donde tú quieras.
Ya Jesús de Nazaret decía «ama al otro como a ti mismo», ¡no más que a ti mismo!
Lo que cambia la vida es el salto a la posición sujeto
Para ello, me he de ir haciendo consciente de mi particular manera de ser objeto (que está enredado con mi tipo de gafas), y he de ir encontrando, construyendo, mi propio camino para ser más sujeto.
Ser sujeto que no es ni más ni menos que ir viendo cómo quiero y puedo arreglármelas con lo que hay dentro y fuera de mi cabeza.
Es complicado, porque todos, la mayoría de las veces, tendemos a ser objeto. Nuestro software profundo nos empuja a ello. Y si vivo para complacer al otro y hoy decido no hacerlo, sentiré tanta culpa, que lo más seguro es que me retracte de mi decisión.
Por esta razón, libros de mala psicología son peligrosos, porque dan a entender que si no cambias es porque no quieres. Con lo que, además de magullado y con la autoestima por los suelos por tropezar siempre en la misma piedra, te sientes juzgado, avergonzado y con más culpa. Y esto evidentemente no ayuda nada.
El deseo aparece cuando pasamos de posición objeto a sujeto
La semana previa a teclear este texto me fui encontrando por internet escritos que me remitían a esta frase (de hecho, eso fue lo que me empujó a compartir de una vez esta evergreen note).
Uno de ellos fue la newsletter de Victor Millán “Aprendizajes de un escritor sudado”, que incluía el siguiente párrafo:
También puede motivarnos publicar más en plataformas de texto corto si hemos decidido hacerlo y no si lo hacemos por cumplir o porque pensamos que es lo que tenemos que hacer para conseguir lectores
¿No os recuerda a lo que hablábamos arriba de «quiero» vs. «tengo que»?, ¿y qué es la motivación sino deseo? ¿Os habéis fijado en el verbo "decidir" que usa Víctor?
Otro fue la carta 83 de Flecha, titulada "La hora sagrada", donde Carmen Pacheco compartía cómo reservarse una hora para hacer lo que se le antoje, fuera de toda obligación y objetivo, le da "una ilusión por la vida que no recordaba haber tenido nunca salvo en vacaciones".
lo que hago en esa hora no es lo importante, sino sentir la libertad de elegir lo que más me apetezca.
No obstante, el deseo es un tema complicadísimo, con lo que lo anterior es solo una pieza más para pensar nuestras dificultades con la motivación, la ilusión y esa fuerza que nos empuja a la vida.
Propuesta
Os he dejado ya suficiente material para reflexionar y conversar durante meses. Así que hoy no hay propuesta explícita 🤣
Hablamos por email o comentarios.
¡Cuidaros bonito!
Muy didáctico Merce. Un asunto complejo y poliédrico que tú despliegas sus diversas caras.
La cuestión es ¿qué nos empuja a ese lugar de objeto?
Desde la brújula la respuesta es clara: el empuje al goce. Ser objeto es ser objeto fálico, el huevo y esas cosas. Y el goce es ‘masamoquista’ por estructura. Pasión por el Amo, decíamos.
En su doble faz, la narcisista, -la más evidente- que complace y completa al Otro desde su fulgor fálico.
Y la victimista, más oscura y velada, que desde su condición de víctima sostiene a un Amo. A no perder de vista su reverso disfrazado de rebeldía perpétua, hacer de tu vida una lucha contra el Amo de turno.
Desde ahí, entender el análisis como un proceso de subjetivación, es decir, el pasaje de vivir en función del Otro, a soltarse, liberarse de esa inercia gozante de repetición y abrirse a la incertidumbre que comporta la aventura del propio deseo. Así pues, un viaje del goce al deseo. Un abrazo.
Muy interesante y como comentas hay que guardarlo para volver a leer y darle otra vuelta y reflexionar. Gracias