En la carta sobre el libro de Sergio Stern os compartí la siguiente cita:
«A veces me encuentro en situaciones muy extrañas, como ayunando en solitario en las montañas del desierto de California; o cantando mantras en hebreo y en sánscrito con rabinos en un retiro donde se imparten enseñanzas budistas y judías; o haciendo meditación sentada hora tras hora en un monasterio zen para después hacer meditación trabajando en la cocina, cortando zanahorias con cariño; o practicando durante mes y medio en soledad y en silencio en un centro de meditación ubicado en las plantaciones de té de Sri Lanka con un maestro cara de salamandra. De pronto volteo a mi alrededor y me pregunto: “¿Ves aquí a algún otro psicoanalista mexicano como tú? ¿Algún otro colega con quien te hayas formado?” La respuesta invariablemente es “no”.
Me gusta este fenómeno de estar en los márgenes, me gusta entender el mundo desde diferentes perspectivas. Si estoy con mi primo que es físico matemático y tiene una postura totalmente atea e irreverente, lo admiro profundamente y quisiera ser como él. Si estoy con mi querido sobrino que ha encontrado el camino de regreso al judaísmo de nuestros ancestros, a un Dios vivo y viviente, lo admiro profundamente y quisiera ser como él. A veces, todo me atrae, todo me maravilla. Y esto no es tan bueno. Pero me otorga el beneficio de que una cosa me salva de la otra –y esto me protege del fanatismo.» —Sergio Stern.
Al leerlo por primera vez me sentí super identificada. He trabajado con chamanes, he cantado mantras en sánscrito, he hecho retiros… No tan largos como los de Sergio y todo en España, pero mis sensaciones coinciden con lo que expresan esas líneas.
Retazos de mi particular vivir en los márgenes
Por otro lado, en la carta sobre el Día Mundial de la Parálisis Cerebral dejé pendiente un tercer punto, ¿os acordáis? Bien, pues se trataba de esto, de vivir en los márgenes y de cómo mi discapacidad ha influido en esta vivencia.
Me explico. La parálisis cerebral es una dolencia peculiar porque, si en ninguna enfermedad o lesión hay un caso igual a otro, esto llega al extremo en la parálisis cerebral (como os comenté en aquel post, puede haber dificultades físicas, intelectuales, sensoriales o comportamentales en grados muy variables, además de cuerpos y movimientos extraños). Tenemos entonces un factor de rareza significativo tanto respecto a la población general, como respecto al propio colectivo de personas con parálisis cerebral.
Seguimos. Yo desde primero de EGB fui a un aula “normal”, algo muy excepcional en aquellos tiempos. Las ventajas de esto son incuestionables. Sin embargo, en esta vida todo tiene un contra: me faltó un grupo de iguales. En mi juventud, al buscarlo en Aspace, me di cuenta de que no pertenecía a ninguno de los dos mundos. Todo esto, por supuesto, tiene otros motivos particulares de mi historia, aparte de la parálisis cerebral.
Hace no mucho en una conversación muy profunda con dos amigas hablando de nuestras respectivas “pedradas”, una de ellas me señaló mi tendencia a situarme en la periferia de los grupos, como observando. Y me recordó a una noche de bares donde un conocido me comparó con el Cuervo de Tres Ojos de la serie “Juego de Tronos”.
Mis dificultades para hablar, mi silla de ruedas y que a veces necesite pajita para no derramar el gin tonic, están imbricados en todo esto y en cómo el otro me ve, pero hay mucho más: Vivimos en un juego de espejos, de maneras de ser objeto para el otro, de interacciones sistémicas, que determinan las realidades.
Un último retazo personal, siempre se me ha dado bien adaptarme a grupos de lo más variopintos. Supongo que así, por un lado, evito el rechazo y, por otro, explorar diferentes territorios me da vidilla. Pero me adapto (adoptando códigos, etc.), sintiéndome adoptada. Curioso este significante de “adoptar”. En todo caso, creo que una de las cosas que se me da bien es relacionar ideas de diferentes grupos, tratar de tender puentes. Y es lo que veo que estoy haciendo en TecleoLento (mejor dicho, intentándolo).
Lo “raro” en salud mental
Ahora quiero tratar brevemente esto de ser raro y la salud mental. Hace un mes leí un artículo en El País muy interesante (os lo dejo enlazado). Pero su título era: Jim Van Os, Psiquiatra “Ser Diferente De Los Demás Es Muy Malo Para La Salud Mental”.
Es verdad que gran parte de los pacientes que acuden a terapia hablan de sus sufrimientos por considerarse, sentirse, raros. Es verdad que nadie queremos ser raros por los riesgos que implica (rechazo, exclusión…). Pero, en realidad, es la rareza lo que nos hace sujetos, y no clones u ovejas.
Creo que por eso he acabado en el psicoanálisis, por su ímpetu en rescatar la diferencia, en descubrir y crear la propia manera de hacer con la vida (My Way de Sinattra).
El psicoanálisis habita en los márgenes. No normaliza. Muchos de los que se acercan como pacientes se sienten o viven en los márgenes. Y nuestra labor no es normalizar, sino echarles una mano en su particular manera de vivir, en asumir la singularidad de su deseo.
En otro lugar escribiré sobre los significados de la palabra “normal”. Hoy solo dejar apuntado que lo exclusivo es siempre raro; y que el subtítulo de mi primer blog era: “de una cabra que intentó ser oveja”.
Términos interesantes
Bordes, intersticios, marginal, extranjero, extraterrestre, adoptado, outsider, outlier, atópico, raro, excéntrico, periferias, fronteras, confines, nómada, vagabundo, muros, Intersección, límite. Vivir con vs. vivir entre (curiosa distinción que me comentó una paciente).
Libro de Sergio Stern
Sergio nos dijo en Zaragoza que, en verdad, todo su libro es una respuesta a qué es vivir en los márgenes. Os dejo algunas citas que me llamaron atención:
ocupar este lugar de «en medio» —o de «frontera»—, siempre entre lo uno y lo otro, ha sido tanto increíblemente fructífero (por la posibilidad que me ha brindado de entrar en la piel de los opuestos), como tremendamente doloroso (porque nunca sé con certeza cuál es mi territorio)
Freud dijo: «Me di cuenta de mi destino, pertenecer a la minoría crítica en oposición a la mayoría incuestionable». En mi familia esa fue siempre la sensación. Por un lado, el nomadismo, la extranjería, lo marginal y minoritario. Por otro, el lugar perfecto para un psicoanalista, pues estar-al-margen permite observar «desde fuera» el panorama de aquellos que están «dentro». Un privilegio que (claramente) no se obtiene sin costo: el dolor de no sentirse encajar en ningún lado y la nostalgia por el hogar perdido jamás desaparecen.
Quizá todo buscador tenga en el fondo un alma melancólica: desterrado, perpetuo extranjero, autoexiliado, viajero, vagabundo. No puede contentarse fácilmente con la banalidad de aquello que lo rodea. Hay tanto dolor en el mundo que se siente desesperado. Hay tanto por hacer y todo resulta tan imposible que se desanima.
Quien baja a los abismos se convierte en un marginal y un extranjero: ve demasiado y demasiado profundo. No obstante, cuando toma consciencia, él o ella ha creado para sí la posibilidad de descubrir lo que Linzer llama su «ruta hacia el Oriente» [Judith Linzer, Torá and Dharma: Jewish Seekers in Eastern Religions (Northvale, New Jersey: Jason Aronson, 1996)]
Sólo en los intersticios es que puede desplegarse lo que Alan Watts llamó «la sabiduría de la inseguridad», esa que funda las indagaciones verdaderas y atraviesa las murallas en las que falsamente nos sentimos resguardados.
En Los ritos de paso, el antropólogo francés de origen alemán Arnold van Gennep, afirma que los «ritos de pasaje» se dividen en tres fases: preliminal, liminal y postliminal. Acuñó el término de «liminalidad» o «espacio liminal» para aludir al estado de apertura y ambigüedad que caracteriza a la fase intermedia de un tiempo-espacio de transfiguración, el lugar al que hemos de acudir para descubrirnos a nosotros mismos y que se encuentra en el límite de lo que somos
Espero volver a artículos breves después de estas semanas de tremendas parrafadas. Confío, al menos, que el esfuerzo os haya servido. Hasta el próximo sábado 👋😊