Curioso encuentro con el libro “El cuenco vacío” de Sergio Stern (psicoanálisis y budismo)
Otro libro muy presente en TecleoLento es, y será, “El cuenco vacío” de Sergio Stern. Mi historia con él es muy curiosa y hoy quiero contárosla.
En 2008 aparecieron en mis carnes la espiritualidad (perdida desde principios de la adolescencia) y el autoconocimiento (a pesar de que ya tenía 33 años y estaba en mi segundo año como PIR, psicóloga interna residente). Quizá un día os cuente algo de mi recorrido desde entonces (ha sido de lo más variopinto). Pero lo importante para lo que os voy a contar es que he terminado (por ahora) en el budismo zen y el psicoanálisis.
Entonces, una tarde de domingo de esta primavera, me dio por buscar en Google budismo y psicoanálisis. Alguna otra vez ya lo había intentado y con poco éxito. Sin embargo, esta vez lo que encontré me despertó un ¡guau!
Se trataba de la presentación en 2022 de un libro llamado “El cuenco vacío. Aportaciones de un psicoanalista al estudio del buddhadharma”. Y, al leer la trascripción, flipé (os paso el enlace —id al texto porque el vídeo se escucha regular). Me sentí tan identificada con lo que Sergio decía, que de seguido me compré el libro. Lo devoré en menos de dos semanas (aunque después he estado meses subrayándolo).
Las diferencias entre Sergio y yo son muchas. Ejemplo: sexo, edad, nacionalidad, religión de origen, historia de vida. Sin embargo, coincidimos en algo que no es muy común, nuestro interés por el budismo, en particular el zen, y el psicoanálisis, sobre todo relacional y lacaniano. Además, su visión de la vida resuena muchísimo con la mía. Y encima lo que habla de "vivir en los márgenes", ¡también me pasa a mí! (sobre esto escribiré una carta específica)
Da un poco de yuyu, la verdad. Pero esperad, que aún queda, quizás, lo más fuerte.
Estaba yo tan entusiasmada con su libro que, por primera vez en mi vida, me decidí a escribir un mensaje a un autor. Me respondió super amable incluyendo el dato de que en una semana presentaba el libro en Zaragoza.
¡No me digáis que no es casualidad! Si no le llego a escribir no me hubiera enterado. Él es mexicano y para nada viaja mucho a Europa. Esa era su segunda presentación en España y no iba a hacer más. Y el colmo fueron otras dos “coincidencias”:
Era en la librería Albareda, cuyos dueños conozco y habían acogido mi libro Minimapas para Tormentas seis años antes;
Y la presentación la realizaba Javier García Campayo, psiquiatra que conozco de mi época como PIR en Zaragoza (y actualmente una referencia mundial en el ámbito del Mindfulness).
¿Puede la probabilidad explicar todo esto? Sinceramente no lo creo.
En fin, esa es la historia.
Por supuesto, fui a Zaragoza aquella tarde del 5 de junio. Conocí a Sergio y me caló hondo su humildad y capacidad de escucha. Una maravilla de ser humano.
En la presentación, Javier le preguntó: budismo, psicoanálisis y judaísmo, dices que cada uno te salva de los otros dos, ¿pero qué te salva de ti mismo?
Respuesta de Sergio: los amigos, el nomadismo intelectual (nunca sentir que ya llegué a la verdad, a algo definitivo) y el humor judío (como eso que dijo Groucho Marx «Nunca pertenecería a un club que admitiera como socio a alguien como yo»). El camino es impredecible, interminable.
Sin palabras.
Os dejo abajo fragmentos de la presentación de 2022 que citaba antes (he separado las frases en viñetas para facilitar la lectura). ¡Que tengáis buena semana, compañeros!
P.D.: Os recomiendo su libro. Se lee bien aunque no sepas nada de budismo o psicoanálisis. Y si sabes de alguna de esas disciplinas, podrás tirar del hilo y abrir perspectivas interesantes. Comparto tanto, tanto, lo que dice, que al leerlo me emocionaba. (En Google Libros tenéis una vista previa con un montón de páginas)
Fragmentos de la presentación en Barcelona (2022) del libro de Sergio Stern “El cuenco vacío”
He separado las frases en viñetas para facilitar la lectura. Fuente: Judaísmo, budismo y psicoanálisis: apuntes sobre una redención posible – Noticias de Gedisa
(proceso de apropiación)
lo que quisiera resaltar a través de este ejercicio de escritura es el proceso de apropiación por el que el autor ha pasado, el proceso de hacer nuestras las enseñanzas, una puesta en marcha de lo que podríamos llamar un “hacerlo nuestro”.
Con todo en la vida, pero especialmente en lo que tiene que ver con los caminos de autotransformación, hemos de hacer un profundo trabajo de apropiación.
Repetimos mucho hoy en día lo que otros han dicho, utilizando el mismo tono, el mismo lenguaje. Imitamos, nos convertimos en clones. Nos conformamos con las migajas que van dejando los grandes maestros. A esto en el zen se le conoce como convertirse en “sorbedores de escoria”.
(...) ese acto de “hacer nuestras las enseñanzas”, de resignificarlas para nosotros mismos, en este caso, para mí mismo —un intento verdaderamente de “usarlas” en el sentido winicottiano del término, de volverlas “entrañables”, de llevarlas a nuestras entrañas—.
La apropiación de las enseñanzas: por supuesto que no en el sentido de convertirlas en una posesión o en una propiedad, sino de otorgarle el sello de nuestra singularidad a todo aquello que aprendemos.
Esto aplica tanto para el psicoanálisis como para el budismo y el judaísmo, o para cualquier cosa que nos interese y apasione.
El psicoanalista italiano Massimo Recalcati habla de “pasar a ser un heredero”.
Recibimos, pero la tarea que nos convoca es la de introducir un proceso singular y creativo que impacte sobre aquello que recibimos.
Toda transmisión implica un trabajo complejo de colocarse en relación con una historia, más el ejercicio de resignificar esa historia. Es el trabajo que se forja entre lo viejo y lo nuevo, lo continuo y lo discontinuo, lo ancestral y lo inédito. Ahí ocurre nuestra vida y se da nuestra labor creativa. Ahí ocurren los verdaderos acontecimientos.
(yuxtaponer sin integrar)
Me he inspirado en el método que Walter Benjamin utilizó en su obra, el método de forjar yuxtaposiciones (de crear tensiones no resueltas, de yuxtaponer sin integrar).
Él nunca habló de lograr un balance ni de hacer una síntesis entre diferentes corrientes de pensamiento o conjuntos de saberes; por eso no es eclecticismo o ecumenismo lo que aquí se defiende.
Lo que se propone en este libro y en esta investigación es sostener una tensión, incluso habitar discursos contradictorios.
No quedarnos con lo que nos gusta únicamente y rechazar todo lo demás.
Estamos hechos de muchas partes, de muchos pedazos. Es darle lugar a eso. A nuestras contradicciones, a la lucha, al conflicto, a la tensión inherente, a los puntos de encuentro y desencuentro. Es darle entrada a la alteridad.
El propósito no es integrar necesariamente, sino habitar nuestras tensiones, nuestros desacuerdos. Sabemos por el psicoanálisis que esa es la naturaleza misma del deseo.
(márgenes)
A veces me encuentro en situaciones muy extrañas, como ayunando en solitario en las montañas del desierto de California; o cantando mantras en hebreo y en sánscrito con rabinos en un retiro donde se imparten enseñanzas budistas y judías; o haciendo meditación sentada hora tras hora en un monasterio zen para después hacer meditación trabajando en la cocina, cortando zanahorias con cariño; o practicando durante mes y medio en soledad y en silencio en un centro de meditación ubicado en las plantaciones de té de Sri Lanka con un maestro cara de salamandra. De pronto volteo a mi alrededor y me pregunto: “¿Ves aquí a algún otro psicoanalista mexicano como tú? ¿Algún otro colega con quien te hayas formado? La respuesta invariablemente es “no”.
Me gusta este fenómeno de estar en los márgenes, me gusta entender el mundo desde diferentes perspectivas.
Si estoy con mi primo que es físico matemático y tiene una postura totalmente atea e irreverente, lo admiro profundamente y quisiera ser como él.
Si estoy con mi querido sobrino que ha encontrado el camino de regreso al judaísmo de nuestros ancestros, a un Dios vivo y viviente, lo admiro profundamente y quisiera ser como él.
A veces, todo me atrae, todo me maravilla. Y esto no es tan bueno. Pero me otorga el beneficio de que una cosa me salva de la otra —y esto me protege del fanatismo—.
(psicoanálisis, budismo, judaísmo)
Dices en tu libro al hablar de los fundamentalismos y del peligro que conlleva reducir el mundo a una sola manera de pensar y, sobre todo, del peligro que implica el dejar de preguntarse, que el budismo te salva del psicoanálisis, el psicoanálisis del budismo y el judaísmo de ambos. ¿Puedes explicar?
El psicoanálisis me protege del budismo, en donde abunda la idea de que el propósito de la práctica es ser feliz, a toda costa, volverse como ese ser que alguna vez existió, el llamado Buddha, un ser perfecto, sublime, que ha conquistado todo sufrimiento. El psicoanálisis me protege de la veneración, de la fantasía de que pudiéramos ser completos y no tener problemas, erradicar el inconsciente y trascender todas nuestras contradicciones. El judaísmo también me salva en este sentido. Por ejemplo, Moisés, Moshe Rabbenu, el profeta más importante dentro del judaísmo, del que se dice que hablaba con Dios cara a cara, tenía defectos, y así todos los héroes y heroínas de la Biblia
Otro ejemplo: el budismo y el judaísmo me salvan del psicoanálisis. Porque en este también reina un ideal —paradójicamente, porque no es lo que Freud enseñó— el ideal de que pudiéramos ser seres autónomos y libres, libres de todo pasado, de toda herencia, auto-engendrados, emancipados de todo deseo que los demás pudieran tener sobre nosotros. La idea es liberarse de toda deuda, como si toda aspiración fuera producto de un ideal o de un deseo alienante, olvidándonos de que también existen los buenos deseos y las deudas de gratitud y que ellas nos enriquecen. Para una cierta visión del psicoanálisis, el pasado es únicamente un armario lleno de fantasmas y mandatos voraces. Y en parte es cierto, no me malentiendan, es el pan de todos los días en nuestros consultorios, pero… me parece que la libertad no solo es libertad de sino también libertad para; y que rara vez descubrimos el placer que implica trabajar por y para el otro, la alegría que nos brinda el sostener una postura ética en la vida, luchar por un mundo más justo y compasivo, ayudar y servir a los demás. El psicoanálisis rescata magistralmente la ética del deseo, la ética de la singularidad, pero se queda corto en describir nuestra responsabilidad para con el prójimo, el gusto genuino que puede despertar la ética de la interdependencia, del altruismo y de la solidaridad.
Y el budismo me salva del judaísmo, de esa insularidad pedante que a veces lo caracteriza. El Templo que urge reconstruir ahora no es el que se destruyó en Jerusalén hace 2000 años; el Templo que tenemos que reconstruir ahora es la Tierra misma, la cual se encuentra en un serio peligro, y solo lo podremos hacer todos juntos, a través de un trabajo compartido que recorra todas las denominaciones e incluya todas las identidades; incluso que pueda entender la identidad no como un ente fijo, absoluto e inamovible, sino como una aportación o contribución que atraviesa fronteras y que nos hermana. El budismo me otorga una práctica serena para conocerme a mí mismo y para comprender la vida, una manera de vivir, una práctica abierta y accesible para todo mundo por igual.
(el cuenco es vacío)
lo que yo he encontrado en estas tradiciones es sin duda la posibilidad de experimentar lo que Winnicott describió como la experiencia de sentirse real y sentirse vivo, aquello que todos vamos a buscar en un análisis y también, aunque ustedes no lo crean, en las tradiciones religiosas y espirituales que la humanidad nos ha brindado.