Dos posturas corporales: el arrodillarse de los cristianos y el bhumisparsha mudra de los budistas
Texto fácil pero que puede dar mucho juego
Domingo, 14 de julio, por la tarde. Me pongo al teclado. Acabo de decidir que en agosto no habrá newsletter y que hoy quiero escribir a partir de unas anotaciones que tengo desde hace tiempo sobre dos posturas corporales: una es el arrodillarse de los cristianos y otra, el bhumisparsha mudra de los budistas.
Vamos allá.
Como la primera nos es más cercana, dada la cultura a la que pertenecemos, comenzaré por la segunda, donde además añadiré un significado no ortodoxo.
El bhumisparsha mudra
Comencemos por explicar su origen
Siddhartha (el futuro Buda), tras un largo periplo, se sentó bajo el árbol Bodhi con la determinación de no levantarse hasta alcanzar la iluminación.
Ahí apareció Mara (como el Diablo de los cristianos, para hacernos una idea) a hacer todo lo posible para que no lo consiguiera.
Su último intento fue enviarle la duda: ¿Quién eres tú para pensar que puedes alcanzar la iluminación? ¿Quién es tu testigo?
Entonces Siddhartha tocó la tierra con los dedos de su mano derecha, diciendo: «La tierra es mi testigo». Pues este gesto es el bhumisparsha mudra.
Sergio Stern explica la respuesta de Siddhartha de la siguiente manera
Nuestro solo existir es ya la muestra de nuestro innato derecho al despertar. Nadie tiene que otorgarlo, es un derecho de nacimiento. Somos producto de esta tierra, de esta vida, y eso en sí mismo es suficiente. No necesitamos nada más. Creo que esto es lo que en las religiones occidentales significa la expresión: «Estamos hechos a imagen y semejanza de Dios [...]
Siddhartha no miró al cielo, donde los seres humanos esperamos encontrar la salvación. No. Tocó la tierra. Esta tierra.
Para mí expresa también lo que será su despertar
Aunque el bhumisparsha mudra ocurrió justo antes de la iluminación del Buda, para mí trasmite también lo que será después su despertar según el budismo mahayana.
«Los sutras intentaron dibujar un contorno alrededor de esta experiencia [la iluminación, el despertar] con las palabras: «¡Maravilloso! ¡Maravilloso! Todos los seres sin excepción —y la gran tierra— están total y completamente iluminados (despiertos), solo que sus confusiones y obstrucciones no les permiten verlo»**. Aquí no existe un yo separado. Todos y todo somos juntos.
El arrodillarse
A diferencia de la expresión budista anterior, la palabra «arrodillarse» seguro que a cada cual le produce sus propias asociaciones y de muy diferentes sabores. En todo caso, aquí nos centraremos solo en lo transpersonal.
Uno se arrodilla ante un cielo estrellado en una noche de verano, ante algo más grande, ante un misterio que escapa completamente a su comprensión y le sobrecoge.
Según esta perspectiva, arrodillarse es la rendición del ego. Es aceptar «lo que hay» frente a «mis preferencias». Es una frase que antes me hacía hervir la sangre y hoy aún me resulta difícil: asumir la voluntad de Dios.
No es claudicar. No es resignarse.
No es tirar la toalla.
Es entregar la toalla.
Como esa oración de «Señor, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar, valor para cambiar lo que soy capaz de cambiar y sabiduría para entender la diferencia». Wikipedia dice que es de Reinhold Niebuhr, aunque, en verdad, la idea la podemos encontrar en filosofías antiguas como el estoicismo. Es más, me sale asociarla con los conceptos de límite y castración de los psicoanalistas.
En fin, no nos dispersemos.
Arrodillarse puede ser el comienzo del camino espiritual, como le sucedió a Elizabeth Gilbert en el inicio del libro Come, reza, ama.
Esta parte de mi historia no es alegre, lo sé. Pero la menciono aquí porque en el suelo de ese cuarto de baño estaba a punto de ocurrir algo que cambiaría para siempre la progresión de mi vida, casi como uno de esos increíbles momentos astronómicos en que un planeta gira sobre sí mismo en el espacio, sin ningún motivo aparente, y su núcleo fundido se desplaza, reubicando sus polos y alterando radicalmente su forma, de modo que la forma del planeta se hace oblonga de golpe, dejando de ser esférica. Pues algo así.
Lo que sucedió fue que empecé a rezar.
Vamos, que me dio por hablar con Dios.
O puede ser ya la iluminación, como explica, por ejemplo, Javier Melloni en sus libros.
Poner en relación ambas posturas daría para mucho
Y os invito a dejaros escribir en vuestro diario sobre ello o a conversarlo con algún amigo. Os leo en los comentarios o en el email.
✨ Encuentros
Luis Paniagua me encanta y la letra de esta canción (en torno a un fragmento del Eclesiastés) hace ya 14 años que me acompaña en momentos difíciles. Aunque también marida con una noche de verano solitaria, de esas donde te sientes tanteando los misterios del universo y del alma.
¡Qué la disfrutéis! ¡Nos vemos en septiembre!
Hola Mercedes. Me han venido a la cabeza dos cosas. Una es Mateo, 6, 7-8 (lo he buscado, recordaba la idea, pero google es la leche)..
" 7 Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos. 8 No os hagáis, pues, semejantes a ellos; porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis. "
Y otra que en mi cabeza se relaciona con la anterior. Cuando hice el CAP (certificado de apritud pedagógica) el profe de psicología (¡una clase solo! pero un trabajo a hacer interesantísimo que, desafortunadamente, no conservo), dijo más o menos: "Sabed que tenéis todo lo necesario para ser felices".
Salud!
Hola Mercedes.
Por cierto, a Luis Paniagua le oí hace 40 años en directo. En el Ciclo de Introducción a la Música que organizaba el Ayuntamiento de Zaragoza entonces en el precioso Teatro Principal de Zaragoza. Luego la verdad es que le he perdido la pista.
Me encantó. Fue un concierto divertido en el que la música antigua pasaba a ser una cosa viva, y con unas introducciones por Paniagua geniales... Para explicar que alguien comunicó algo sobre un instrumento o una música a no sé qué califa interpretaba que le escribía al califa: "Querido Califa...". Es una tontada, pero se me quedó.
Mi recuerdo de aquellos primeros ciclos es que (primero) era joven, me iba de juerga la noche del sábado, pero hacía lo que fuera menester para levantarme el domingo e ir al ciclo, a ser posible a uno de los palcos, que tenían un "traspalco" (no sé cómo se llama) detrás de las sillas y oculto tras una cortina donde podías hasta medio tumbarte. Bueno, el tiempo exagera los recuerdos. Quizá no fueran tantas veces, pero...
Salud!!