En unos días será todos los Santos. Quiero, por eso, escribir sobre duelos y despedidas. Pero no tengo ninguna gana y esta vez no me voy a obligar. Así que os copio dos textos que escribí para Minimapas para Tormentas sobre este tema.
Halloween es divertido. Pero no tiene por qué hacernos olvidar Todos los Santos.


Viviendo y acompañando duelos
Siempre que hay un cambio hay un duelo, incluso si es para bien y lo hemos deseado mucho (por ejemplo, nuestra boda), ya que supone un reelaborar y soltar. En realidad, si nos paramos a pensar, la vida es una continua sucesión de duelos: al aprender a gatear, aunque ganemos independencia, dejamos atrás esas vivencias en las que todo nuestro mundo era mamá... Y así vamos encadenando duelo tras duelo en este avanzar que es vivir.
Sin embargo, si no especificamos más, con la palabra “duelo” nos solemos referir a la muerte de un ser querido y, como mucho, a veces, a un acontecimiento duro que hemos de afrontar, como una separación o las secuelas de un accidente o enfermedad. Y son a estos duelos, en concreto a los de fallecimiento, a los que van dedicados principalmente los siguientes puntos:
1. Cada proceso de duelo es único y singular. Sirve leer, escuchar, el proceso de otras personas, pero siempre teniendo en cuenta esta premisa. Por eso ni hay un tiempo establecido, ni fases por las que “hay que” pasar, ni nada. Atentos, por favor, en consecuencia, a todo lo que se nos diga que es “normal” y “no normal”.
2. Todo duelo requiere para elaborarlo de mucha energía y por eso disponemos de poca para las otras cosas de la vida. Algunas de las exigencias externas (familia, trabajo) y del entorno pueden ser obligadas por las circunstancias (subrayo la palabra “algunas”). Además, pueden ayudar a mantener una rutina y a estar distraídos. Sin embargo, hay que tener bien presente que no podemos estar en ellas al 100%, ni mucho menos, pues buena parte de nuestros recursos están ocupados en los procesos de cura y cicatrización internas (de manera análoga a cuando enfermamos, nos operan o sufrimos un accidente).
Así, a lo largo del proceso se van combinando el estar para afuera y el estar para dentro, en diferente grado. Y es muy importante respetarse en ello (el antiguo luto, entre otras cosas, ayudaba a esto, al dar permiso social para estar más para adentro).
3. Aparecen emociones, pensamientos y sensaciones que pueden parecer incomprensibles (rabia, culpa... incluso creer ver o sentir a la persona fallecida), y lo mejor que se puede hacer con ellas es aceptarlas sin juzgarlas, como parte del proceso. Por eso no suele (enfatizo este “suele”, pues cada caso tiene su idiosincrasia) ser aconsejable medicar los duelos.
Pero por supuesto, este abrirse a “lo que uno siente” se combina siempre con un escapar de ello (con risas, pasatiempos... e incluso, para algunos, con un exceso de trabajo). Y los dos procesos son necesarios (al igual que en fisioterapia se alterna el esfuerzo con el descanso en los ejercicios, y las dos cosas son imprescindibles para la rehabilitación de la lesión).
4. Hay personas que inicialmente necesitan negar la realidad... y está bien, pues es lo que su psiquismo necesita. Cada cual lleva su proceso, con pasitos pa’ lante y pasitos pa’atrás... donde etapas aparentemente superadas vuelven a resurgir. Y es que no es un proceso lineal, sino más bien es como si estuviéramos reformando una casa: se suele empezar por los tabiques y finalizar colocando los muebles, pero a la vez todo se entremezcla, máxime cuando hemos de vivir en el propio piso que estamos reformando (y podemos estar ya colocando los electrodomésticos cuando resulta que hay que volver a picar por un imprevisto en la fontanería).
5. Cada duelo reactiva a los anteriores, especialmente en sus aspectos no resueltos. Por eso a veces no es extraño que la muerte de un animal doméstico sirva para elaborar otro fallecimiento anterior que no pudimos sentir ni llorar lo que hubiésemos necesitado en su momento.
6. Hay, por supuesto, duelos más y menos complicados. En general, más fácil es, cuanto: primero, más sana ha sido la relación; segundo, más “natural” ha sido el fallecimiento, es decir, más de acuerdo a lo que uno considera que es la vida; y tercero, menos sueños, expectativas uno tenía colocados en la persona fallecida.
Por estos dos últimos factores es tan complicada la muerte de un hijo... Pues se junta lo “antinatural” del sobrevivir a los descendientes, con el perder, además de un hijo, la parte de mí que había colocado en él (verle crecer, averiguar qué estudiaría, compartir sus éxitos y tristezas...).
Por otra parte, las muertes violentas también ejemplifican el segundo factor; y las relaciones simbióticas o de abuso o de abandono o con traiciones, etc., el primero.
7. También un duelo puede activar algo que hasta entonces había permanecido más o menos en invernación o complicar procesos que ya estaban en curso.
8. ¿Cuándo pedir entonces ayuda profesional? A veces, ante la preocupación (de uno mismo o del entorno) por esta pregunta, una breve consulta con un profesional de confianza nos puede ayudar a aclararlo (y, por tanto, tranquilizarnos al respecto), a la vez que favorecer un curso del proceso más fluido y prevenir un duelo complicado.
Un duelo complicado se puede decir que es aquel que se atasca. Y aunque lo puede favorecer muchísimas cosas (por ejemplo, que coincida con otros sucesos estresantes), habitualmente se destacan como factores de riesgo: los comentados en el punto 6; determinados rasgos y problemas previos de la persona; y una ausencia de un adecuado apoyo social.
Existen ciertas señales que nos pueden indicar la conveniencia de pedir ayuda. Señalo aquí, en este resumen, dos: la excesiva y prolongada interferencia en la vida (no poder trabajar, vincularse, muchos síntomas somáticos...); y el prolongado atasco para realizar cambios. Aunque, por desgracia, a veces, es el cuerpo (a través de enfermedades) el que paga que la mente no pueda con lo sucedido. También en otras ocasiones se puede observar cómo problemas de depresión o ansiedad tienen su origen en un duelo mal elaborado de mucho tiempo atrás.
Por último, también hay personas que acuden a terapia simplemente para tener un espacio para elaborar mejor el duelo, es decir, para aligerar la carga de sufrimiento y crecer como persona con el proceso, agarrando para ello al toro por los cuernos.
Espero que, en alguna medida, lo expuesto os pueda servir para acercaros con una perspectiva más amplia y flexible a este proceso tan inherente a la vida como es el decir adiós. Quien vive las despedidas, vive la vida.
Duelo en niños por un ser querido: 5 orientaciones sobre cómo actuar
En torno al Día de Todos los Santos siempre me llama la atención lo poco integrada que está la muerte en nuestra cultura actual. Entendible, por otra parte, dado el mandato social en el que vivimos de “hay que estar feliz, hay que estar alegre”, que he comentado en otras ocasiones en este blog, y que nos empuja a evitar, ocultar o a mirar hacia otro lado ante todo lo que nos provoque malestar. Y esto, claro, nos hace un lío a la hora de cómo explicar a un niño la muerte de un ser querido y cómo ayudarle en el duelo, por lo que me he propuesto en este minimapa dejaros cinco breves indicaciones.
1. Decir la verdad, o sea, que esa persona se ha muerto y no vamos a verla más. La explicación ha de estar, por supuesto, adaptada a la edad del niño y al momento, pero cuanto más breve y sencilla, mejor (un niño pequeño solo puede absorber cantidades limitadas de información) y sin metáforas.
Las metáforas pueden confundir porque el niño ha de entender que no va a volver a ver a ese familiar (la idea de “el abuelo está en el cielo”, si no se explica bien, puede hacer que el niño crea que el abuelo es astronauta o que va a volver).
Únicamente en una familia creyente, la explicación de que el fallecido “está en el cielo con Dios” es útil porque da una referencia comprensible para el niño y contiene una visión que coincide con su fe religiosa.
Claro que va a estar en nuestro recuerdo, que le vamos a recordar muchas veces, que hemos estado muy a gusto con él… pero ha muerto y no va a volver.
2. Los adultos no deben disimular su tristeza y han de incluir a los niños en el duelo.
El niño hace el duelo por identificación: ve el llanto, ve a sus padres tristones, que salen menos de casa… y al verlo afuera, va comprendiendo y va comprendiéndose.
Además, cuando no se habla de un asunto en una familia, el niño entiende que “si mamá y papá no hablan de eso, es porque es algo malo, y es mejor no hablar de ello”; o “no puedo hablar de esto porque mamá y papá se pondrán más tristes”.
También se recomienda que participen en los oficios religiosos, o ritos de despedida, de un modo razonable según su edad y explicándoles por qué se hace cada cosa.
3. Permitir y ayudar al niño con sus propias emociones.
Es importante ser receptivo a las preguntas del niño porque forma parte del proceso del duelo. Y hay que observar su comportamiento porque ahí es donde se ve que el niño lo está pasando mal.
Es un error querer distraer a los niños, en lugar de ayudarles a gestionar y vivir la tristeza. Hay que enseñarle que lo que está sintiendo es tristeza, y que eso es normal, y que está bien manifestarlo (ya sea a través del llanto, del dibujo o de las palabras). Un niño también necesita llorar una pérdida y necesita apoyo, comprensión y cariño.
4. Con adolescentes, si no preguntan hay que ofrecerse a que hablen sin temor a que nos vayamos a enfadar o ponernos tristes (es importante abrir espacio para que se vayan poniendo palabras a las reacciones de ira, frustración, incomprensión, culpa, pena o aislamiento).
5. Con niños pequeños además:
– No es conveniente comparar la muerte con el sueño, el descanso eterno o el descansar en paz, ya que puede empezar a tener miedo a irse a dormir.
– De igual manera, expresiones como “tu hermanito está con Dios” o “es la voluntad de Dios” pueden asustarle y hacer que crean que Dios también vendrá a llevárselo a él.
– Decirles “se murió por una enfermedad” puede generarles una preocupación innecesaria porque no distinguen entre las enfermedades pasajeras y las mortales (aclarar, por tanto, que solo una enfermedad grave puede causar la muerte).
– Conviene explicarles la muerte en términos de ausencia de las funciones vitales que ellos conocen.
– Cuando preguntan “¿cuándo te morirás tú?”, es que están preocupados. Y lo mejor es contestar con: “¿Te preocupa que yo no esté aquí para cuidarte?” Si es así, añadir: “No espero morirme en mucho tiempo. Espero estar aquí para cuidarte todo el tiempo que necesites. Pero si papá y mamá se mueren, habría muchas personas que te cuidarían: la tía, el tío, la abuela…”.